Detrás de las palabras no hay nada, y es tras esa endeble certeza donde surge la épica de la invasión, que se juega todo a una alegoría que funciona porque es imperfecta, porque no establece equivalencias simples, sino que está, como los marcianos de los que se habla, siempre más allá de los ojos. Es así como Carolina Silva Rodé erige un edificio poético nutrido de la callada resignación que de tantas maneras define este tiempo: hay por doquier un aire de empresa heroica fracasada por el ensimismamiento, un deseo de trascendencia que cercenan el tedio y las preocupaciones mundanas, la búsqueda de una nobleza espiritual que muere antes de nacer por la incapacidad misma de proyectar la mirada. Francisco Alvez Francese.