Ni Kafka, ni Levrero, ni Estrázulas, ni Borges. Y todos ellos, sin embargo, parecen estar ahí como sustrato de la escritura narrativa de Pablo Silva. Una escritura muy personal que genera mundos posibles y como levemente dislocados de la realidad. Una narrativa que esboza una leve sonrisa al fabularse, al decirse desde las voces (parcialmente) comprometidas de quienes relatan. Como uno de los personajes, el lector podría preguntarse "¿Qué-quiere-decir-todo-esto-que-me-está-pasando?" O bien, ¿qué quiere significar todo esto que estoy leyendo?

Un efecto de humor dosificado, medido, un amor por sus criaturas quienes, al fin y al cabo, se defienden solas en sus respectivas peripecias, un oficio narrativo consolidado (donde, por ejemplo, funcionan muy bien los encastres de relatos dentro del marco ficcional de un cuento que oficia de "envase" narrativo) hacen de estas historias un espacio de entretenimiento y reflexión. El fluir de la prosa (por momentos, con destellos poéticos), la agilidad de los diálogos, secuencias y tramas, la dosis de misterio y absurdo nos captan, nos mantienen "enganchados" a un devenir específico, a un destino incierto de personajes que "padecen" sus vidas fisuradas en la ciudad, en la playa, en el hogar, en sus memorias.

"Se lo voy a contar tal cual él me lo dejó escrito", propone un personaje. Comparto la invitación a leer estos relatos tal cual el autor los dejó escritos, uno de los narradores actuales más interesantes de nuestra literatura de ficción.

Gerardo Ciancio