Siguiendo la perspectiva adoptada desde sus primeros textos, Laplanche se propone recuperar el doble descentramiento que la revolución copernicana inaugura en el psicoanálisis: la otra-cosa, eso "psíquico otro" que es el inconciente no se sostiene, en su alteridad radical, sino por la otra persona; por la implantación que el otro humano hace de su propia sexualidad reprimida. Pero esto no significa que el inconciente sea simplemente el otro implantado en mí: entre la intervención primera del otro y la creación de la otra cosa en mí, se intercala un muy complejo proceso de represión, que implica una verdadera dislocación-reconfiguración de los elementos de lo vivido. El análisis abre el camino de las detraducciones que inauguran nuevos sentidos. La palabra, en la trasferencia, no sólo es reveladora del inconciente, sino también, y simultáneamente, portadora de nuevo sentido. De allí que la cura no sea en lo esencial traducción de guiones presentes a un guión pasado, sino descomposición de secuencias significantes presentes o pasadas en elementos, de modo de permitir al analizado proceder a una síntesis o traducción nueva, menos parcial, menos represiva, menos sintomática.