Conocí a Daniel Gil hace ya más de treinta años. Y no fue casualidad que lo hiciera a través de José Pedro Barrán, mi inolvidable maestro. Tampoco que casi al mismo tiempo hiciera lo propio con Marcelo Viñar. Desde entonces, constituimos una hermandad, que la muerte de Barrán mutiló pero no destruyó. Entre otras cosas porque él sigue estando con nosotros. La deuda de cariño y de conocimientos que tengo con Daniel no tiene límites. Pero ahora viene a sumársele este libro entrañable, refinado, insoslayable. En él se produce el rescate luminoso de figuras fundamentales en el desarrollo del psicoanálisis en nuestro medio, así como el registro de perfiles desconocidos de personalidades centrales de nuestra historia cultural. Estas evocaciones proponen de modo paradójico, incluso a contramano de la melancolía del autor, un camino singular para recuperar el sentido más profundo de la vida, incluso de lo que no fue.