En la Segunda Epístola a los Tesalonicenses, que la tradición atribuía a San Pablo, aparece la enigmática figura de una potencia: el katékhon, algo o alguien que detiene y contiene, frenando el asalto del Anticristo, pero que deberá ser eliminado o quitado de en medio —a fin de que el Anticristo se manifieste— antes del día del Señor. Es la interpretación de esta figura, y el fondo sobre el que se desenvuelve, una reflexión general —en constante «acuerdo divergente» con la posición de Carl Schmitt— sobre la «teología política», y más aún sobre las formas en que ideas y símbolos escatológicoapocalípticos se han venido secularizando en la historia política de Occidente, hasta el actual olvido de sus orígenes. ¿Con qué sistema político pudo hallar un compromiso el paradójico monoteísmo cristiano y su fe en el Deus-Trinitas? ¿Con la forma del imperio, o con la de un poder que frena, contiene, administra y distribuye? ¿O se trataría, más bien, de una contaminación de las dos? No pocas de las decisiones políticas que han signado a nuestra civilización giran en torno a estas cuestiones, que en algunos de sus más grandes intérpretes, de Agustín a Dante y Dostoievski, han alcanzado una dramática representación. Las reflexiones formuladas en este ensayo se completan con una antología de los pasos más significativos de la tradición teológica, desde la primera patrística hasta Calvino, dedicados a la exégesis de la Segunda Epístola a los Tesalonicenses, 2, 6-7.