Allá los campos de Polonia, la llanura de Kutno / con las montañas de cadáveres que arden / en los nubarrones de gasolina, allá las alambradas de púas / para la cuarentena de Israel, / la sangre entre los desechos, el exantema tórri- do, / las cadenas de pobres muertos desde hace ya largo tiempo, / abatidos sobre las fosas que cavaron con sus pro- pias manos, / allá Buchenwald, el apacible bosque de hayas, / sus hornos malditos; allá Stalingrado, / y Minsk sobre los pantanos y la nieve putrefacta. / Los poetas no olvidan (Salvatore Quasimodo). "En la medida en que Occidente no dejó de convocar el sentido a la presencia integral y sin resto -como poder o saber, como esencia divina o instancia humana-, y terminó por suturar el ser a sí mismo, por salvar la distancia que él mismo había abierto como su propia fuente y su propia proyección, o al menos por desencadenar la voluntad de salvarla -si de sí mismo no puede más que apartarse siempre-, nuestra historia corría el riesgo en el cual acabó por caer y en el que la llamada cuestión de "la representación de los campos" muestra que ya no podemos eximirnos de discernir su apuesta como la de una verdad que es preciso dejar abierta, incumplida, para que sea la verdad. Es preciso: ese sería el primer axioma ético. El criterio de una representación de Auschwitz sólo puede encontrarse en esto: que una apertura semejante -intervalo o herida- no se muestre como un objeto y se inscriba, en cambio, directamente en la representación, como si se tratara de su nervadura misma, como la verdad sobre la verdad."