Kurt zarpó un día a la caña del Nicole, un Belliure 40, en una singladura que él quería que fuese sin retorno. Para ello decidió renunciar a muchas cosas, pero como él dice ganó la libertad. Lleva veinte años dando la vuelta al mundo sin prisa, siempre a bordo del Nicole. Navega durante diez meses al año, vuelve a Altea un par de meses, ve a sus nietas y a su hija, se toma alguna copa con los amigos y regresa al barco. Navegó muchos años en solitario, pero desde 1998 comparte sus viajes con Elena. Muchos han sido los mares de sus aventuras, muchos los amigos y lugares que ha dejado atrás, pero el viajero sólo puede mirar hacia delante, y confiar que el destino le permita volver a reencontrarse con aquellos con los que vivió momentos de felicidad y con los que le unen para siempre lazos de amistad. En su relato se siente ese espíritu libre de quien está a gusto consigo mismo y con lo que hace, de quien se siente feliz y agradecido por lo que la naturaleza y el mar le brindan a cada instante.