Hay que ganar cueste lo que cueste, da igual el cómo, es la máxima del fútbol moderno. Del juego popular que encandiló a todos por su belleza, por el orgullo y sentido de pertenencia que suscitaba allá por donde la pelota empezaba a rodar, al negocio; frío cálculo monetario en manos de élites que lo han transformado. Un trayecto de mercantilización, con beneficios astronómicos, tecnologías big data y profesionalización mediante. Corruptos en los palcos y aficionados, meros consumidores que cada vez cuentan menos, en unas gradas que se vacían por conveniencia de los derechos televisivos. El arte del balón desaparece y el fútbol muta, porque en el capitalismo que todo lo rentabiliza las sociedades y su cultura también han cambiado.